domingo, 13 de marzo de 2011

A LOS ABUELOS

-¿Quiere cogerle?
¿Así de pronto?
Antes de que el viejo pueda prepararse ya tiene en sus brazos ese peso tan ligero, pero tan difícil de sostener. "Madonna, ¿cómo se sujeta esto?"
-Levántele más; así (le colocan bien al niño). ¡Ahueque los brazos, hombre! (se siente torpísimo)... La cabecita sobre el hombro de usted... (como en un baile agarrao, mejilla contra mejilla). Así echará el aire; y esta toalla sobre su chaqueta para que no le manche... Sin llorar, tesoro; es tu abuelito y te quiere mucho.... Muévase adelante y atrás, padre...
Eso, así, ¿ve como se calla?
El viejo se balancea cautelosamente. Andrea ha desaparecido. Renato se marcha-les vuelve la prisa-y el viejo se siente desconcertado como nunca, preguntándose qué emoción le posee... Por fortuna no le ve nadie del pueblo y no podrán reirse de él, pero ¿qué hace un hombre solo en tales casos?
Acerca su mejilla a la del niño, pero éste retira la suya,
aunque ha bastado el contacto para conocer una piel más suave que la de mujer. ¡Y ese olor inefable envolviendo al viejo: blando, lechoso, tibio, con un punto agridulce de fermentación vital, como huelen de lejos los lagares! olor tenue, dulzón y, sin embargo, ¡ tan embriagante y posesivo!
El viejo se sorprende a sí mismo estrujando contra su pecho el cuerpecillo cálido, y asustado, afloja el abrazo por temor  a ahogarle, para volver a estrecharlo en el acto, no se le vaya a caer... Este corderillo no tiembla, pero pesa como el Niño Jesús sobre San Cristóbal, uno de los  pocos santos que le caen  bien al viejo, porque era grande y fuerte y pasaba los ríos.
De pronto el niño da una patadita contra el vientre del abuelo, llenándole de un pasmo supersticioso, porque es el punto justo donde le muerde la bicha.
¿ También comprende de eso el niño? gira rápido la cabeza para escrutar la carita y vuelve  a rozar la mejilla infantil, provocando gemidos de protesta que le descomponen más todavía.
-Es su barba, señor- dice una voz desconocida, mientras dos manos le alivian del tierno peso-. soy Anunziata, la asistenta. Los señores acaban de marcharse.
La mujer acomoda diestramente al niño en su cunita.
-Tiene sueño; se dormirá pronto... Con su permiso, voy a continuar la limpieza.

Al viejo le sorprende algo...¡Eso es! ¿cómo no lo advirtió antes?
-¿Duerme ahí el niño?- y, ante el mudo asentimiento, insiste-: ¿ También por las noches?... Pero- explota indignado- ¿ es que aquí en Milán estos niños tan pequeños no duermen con sus padres? ¿ quién les cuida entonces?
-Eso era antes; cuando yo servía de niñera. Ahora no; los médicos mandan que duerman solos.
-¡Que barbaridad!, ¿ y si lloran?, ¿ y si les pasa algo?
A esta edad ya no...


La sonrisa etrusca- José Luis sampedro

Chewing

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